Cuentan que los deportistas de alto rendimiento experimentan un click mental en la recta final de su carrera. Por algún motivo, la olla a presión se destapa y, a partir de ese momento, ya nada es lo mismo.

Lionel Messi sintió ese cimbronazo el 18 de diciembre del año pasado en Qatar, cuando con 35 años condujo a la selección argentina a ganar su tercer título mundial absoluto. Una imagen vale más que mil palabras y tal vez, en este caso, que cualquier explicación neurocientífica. Y la de «La Pulga», saludando emocionado y diciendo “ya está” a su familia desde el campo de juego del Estadio Lusail, resume claramente el sentimiento del astro.

Messi había perseguido ese objetivo desde que debutó en la Primera División de Barcelona, en 2004, pero con la camiseta albiceleste, y a pesar de sus fenomenales números, no había podido replicar sus continuos éxitos con el equipo español. Dos eliminaciones mundialistas en los cuartos de final (2006 y 2010), una en los octavos (2018) y tres finales perdidas al hilo (Copa del Mundo 2014 y Copas América 2015 y 2016) fueron demasiado castigo para un jugador que siempre había priorizado a la selección de su país.

Hace unas semanas, el argentino puso punto final a su aventura parisina de dos temporadas en PSG, buena en los resultados (dos títulos de Liga y uno de la Supercopa francesa) y hostil en su relación con los hinchas. Y cuando Barcelona, su casa, asomaba en el horizonte para su esperado regreso, el camuflado desinterés del club catalán llevó a Messi a adelantar un paso que tenía previsto, quizás, para mediados de 2024: fichar por Inter Miami CF.

Con una sinceridad absoluta, el argentino explicó que, con 36 años, 43 títulos, 807 goles oficiales y ningún objetivo deportivo por cumplir, su deseo era jugar en la Major League Soccer (MLS) para disfrutar el tiempo que le restara como profesional sin tantas presiones como las que debió soportar en Europa y en la selección de su país.

La decisión se conjugó a la perfección con los intereses de la MLS, ávida de dar un impulso significativo a su torneo, multiplicar su negocio y sembrar el terreno para la Copa América de Estados Unidos 2024 y el Mundial 2026 con sede compartida entre este país, México y Canadá.

Sus primeros días en Florida, según parece, comienzan a darle la razón. «Leo» Messi aterrizó con su familia el martes pasado, bronceado y con el rostro relajado, y hoy, mientras espera firmar su contrato, se entrenó por segunda vez en el complejo deportivo del DRV PNK Stadium, de Fort Lauderdale, que como nunca recibe la visita de turistas y residentes argentinos ilusionados, de mínima, con verlo llegar o irse en su camioneta, o con tomarse una foto a su lado, como pretensión máxima.

Si bien se ha mantenido el hermetismo acerca del lugar donde está viviendo, Messi se ha mostrado con su familia ingresando en un restaurante de pastas en South Beach y haciendo compras en un supermercado.

Messi sonríe en un supermercado y complace a sus fans en Miami.

Hoy repitió la misma sonrisa que se le ha visto en todos estos días, al ser captado por las cámaras de la televisión argentina en su tempranísimo ingreso al campo de entrenamiento de «Las Garzas».

Muy lejos de los silbidos de los hinchas del campeón francés y también de su querido Castelldefels, el crack argentino se ha encontrado con una ciudad absolutamente revolucionada por su presencia y mucho más que amigable por la enorme colonia latina que vive en Florida.

Su presentación en sociedad está prevista para el próximo domingo en el pequeño y coqueto estadio del equipo, con entradas absolutamente agotadas y un show musical que promete sorpresas, como las participaciones del puertorriqueño Ozuna, del colombiano Camilo y de los argentinos Abel Pintos, Paulo Londra y Tiago PZK.

Para el lunes está pactada una conferencia de prensa con la presencia de Messi y de los dueños de la franquicia, los hermanos cubano-estadounidenses Jorge y José Mas, y el exfutbolista inglés David Beckham, y al parecer el martes habrá un entrenamiento abierto para los periodistas.

Su aventura futbolística no será sencilla. Su debut, si todo sale bien, podría ocurrir el próximo viernes, cuando su equipo se mida en su estadio con el mexicano Cruz Azul en la edición 2023 de la Leagues Cup, un torneo que disputarán durante un mes los clubes de la MLS y de la Liga de México.

Y, tras ese paréntesis, deberá emplearse a fondo para elevar el rendimiento de Inter Miami CF, que marcha en soledad en el escalón inferior de la Conferencia Este de la MLS, a 11 puntos de distancia del último de los equipos que hoy lucharían por un lugar en la postemporada.

Estará arropado por el entrenador argentino Gerardo Martino y por dos extraordinarios jugadores españoles con los que ha escrito historia en Barcelona, el centrocampista Sergio Busquets y el lateral Jordi Alba, pero, sobre todo, se apoyará en su formidable espíritu competitivo.

Miami será más argentina que nunca con Messi transitando por sus calles y mostrando su talento vigente en el campo de juego. Y ya se sabe de lo que este futbolista es capaz cuando se permite la licencia de disfrutar y sonreír.

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